miércoles, 12 de agosto de 2015

Fragmento de historia: No Future

Buenas tardes a todos los fans de La Pluma del Arquitecto.

Hace ya unos años empecé a escribir una historia con estilo pseudo-post-apocalíptica, si el termino significa algo para vosotros. En esta historia, el mundo ha sufrido una grave guerra mundial que ha arrasado gran parte del planeta, pero las grandes corporaciones que sobrevivieron a dicho holocausto forman un conglomerado y crean una ciudad nueva, a imagen de la época victoriana, aunque con ciertos elementos algo vanguardistas, como iluminación artificial, centrales de procesado de oxígeno y otras cosas.

En esta historia, un chico llamado Bastion, de profesión cortabolsas, vive su vida como puede: roba en domicilios, saqueando almacenes y durmiendo en donde puede, a veces en un hospicio, otras en algún local donde se pueda permitir un plato caliente y un lecho mediánamente confortable.

La escena que voy a relatar ocurre durante uno de sus trabajos. Intentaré ambientar adecuadamente la tensión de entrar en una fiesta de etiqueta, dada por una familia adinerada de la ciudad, con el objetivo de llevarse todo lo que pueda cargar en sus bolsillos.



Por: Alberto López del Consuelo.

Bastion se encontraba en una situación un tanto desesperada: era viernes, aún no había cobrado su semanada, no tenía nada de comer ni de beber, y además había vuelto a su apartamento demasiado tarde como para ir a ratear a algún establecimiento; sin embargo, eran muy comunes las fiestas en aquella zona, así que se puso su mejor traje de vestir y salió a la calle. No le costó mucho encontrar a una pareja que iba vestida de manera lujosa, hacer como si chocase contra el hombre y robarle la cartera en la que tenía guardada cuidadosamente la invitación. Era para una especie de cumpleaños de la hija de un discreto magnate, de esos que surgieron durante los primeros años del segundo renacimiento. Así que, para dar apariencias, saltó una valla de un jardín de la zona y, teniendo cuidado de permanecer en las sombras que proyectaban los muros de la casa, robó algunas rosas de distintos colores, que servirían como regalo excusa (si no tenía dinero ni para comer, mucho menos para comprar un regalo lujoso).
Tras limpiarse como pudo los zapatos y el traje, se dirigió con paso altanero y mirada al frente a la dirección impresa en la invitación, a donde llegó pocos minutos después. Se presentó como un tal vizconde de Paras, hijo del conde de Paras, que era el título que tenía en la cartera el hombre al que robó la invitación, y discretamente advirtió al guardia que lo recibió de que un farsante sin invitación, enemigo de su padre, se presentaría sin invitación e insistiría que le dejasen entrar, y que le agradecería que lo echase del recinto sin armar mucho alboroto. El guardia, que entendía muy bien a que se refería con aquello, asintió y, tras cachearlo por si acaso llevaba algún arma u objeto peligroso escondido, le dejó entrar a una lujosa mansión de vivos colores, adornada con madreperla y nácar. 
Nada más ver los muros de dicha mansión Bastion tuvo que reprimir una mirada de codicia y envidia que amenazaba con destapar su tapadera. Con solo unos pocos centímetros del adorno de madreperla podría pagarse el alojamiento y la comida de todo un mes en una tasca normalita, y hasta tres meses en una de las peores de la ciudad. Pero no había ido a dicha fiesta para robar semejante cosa, y además sería muy extraño que alguien saliese de allí con semejante cosa.
Pero con todo y aquello, antes de darse cuenta se encontró a si mismo observando el ambiente en el jardín delantero, lleno de mesas cubiertas de manteles blancos e inmaculados, sobre los cuales reposaban fuentes con algunos de los manjares más extraños y deliciosos: fuentes de gambas de colores rojizos, acompañados de salsas rosadas y cerúleas; una carne cortada en rodajas rellena de huevo y jamón, y cubierta de un jugo tan espeso que parecía gelatina o glaseado; frutos en pirámides, cortados y pinchados con palillos de dientes, al lado de una fuente de chocolate fundido. En aquellas mesas se mostraba toda la opulencia que se había logrado rescatar de la última guerra.
Lejos de darle apetito, todo aquello hizo que Bastion estuviese a punto de vomitar del asco. Por su cabeza rondaban escenas de la muerte de su madre, de su posterior pobreza. Se veía a si mismo rebuscando en la basura, huyendo de los gendarmes cuando lo veían robar una cartera a un transeúnte, durmiendo en un pajar porque no tenía ni siquiera para dormir en un antro de mala muerte y se veía obligado a colarse en una granja. Bastion los odió por dentro, con toda su alma, pero no tenía tiempo para odiar, ni para enfurecerse.
Dio un par de vueltas mientras probaba toda la comida que servían en aquella fiesta, con bocados lentos y desapasionados, sin dejarse sorprender por este o aquel sabor nuevo y extraño. Debía representar el papel de una persona lo bastante adinerada como para que aquella comida solo fuese casualmente inusual, y no una completa rareza. Al mismo tiempo, si alguien le saludaba, debía responder al saludo. Solo en un par de ocasiones le llamaron la atención y le pidieron que se acercara, pero el hizo como que pasaba de largo sin verlo y al final perdieron el interés.
Ya estaba a punto de empezar a vaciar algunos bolsillos cuando se fijó en un grupo de personas cerca de una de las entradas de servicio del jardín. Eran un par de personas de uniforme: un hombre, grande y fornido, y una mujer, esbelta y recia, vestidos con trajes de negocios. Estaban hablando con alguien vestido como para la ocasión, con un traje de época de color azul oscuro con bordados de oro apagado, que parecía tremendamente nervioso. Miraba a todos lados y se restregaba las manos contra el bajo de la chaqueta, intentando sin conseguirlo limpiar el sudor de sus manos.
En vista de aquello, y esperando que fuesen a entrar por una puerta lateral al edificio, se preparó para seguirlos. Hasta que se fijó que, en la entrada del jardín por donde él había pasado se estaba montando un alboroto. Antes de poder discernir de que iba la cosa ya sabía el propio Bastion que probablemente se trataría del pobre desgraciado al que había robado la invitación. Por las voces que llegaban hasta allí, la señora estaba poniendo a caldo a su marido por haber perdido las invitaciones.
Aprovechando que todos estaban distraídos, Bastion se movió sigilosamente hasta el lado contrario del edificio, en el cual no había ningún guardia, pues todos habían ido a la puerta a ver que estaba pasando. Rápido y silencioso, se acercó a la primera puerta de servicio que pudo encontrar e intentó abrirla, pero estaba cerrada.
El traje que llevaba Bastion no era un traje normal y corriente, y había sido modificado para esconder diversas herramientas que resistiesen el escrutinio de cualquier guardia. Quitándose el zapato derecho y levantando la suela, Bastion sacó un par de pequeñas ganzúas escondidas en la zona del talón. Con movimientos ágiles y diestros, Bastion movió las ganzúas dentro de la cerradura hasta que esta dio un casi imperceptible chasquido, indicando que estaba abierta. Entonces, abrió con mucho cuidado la puerta y empujó. Tal y como esperaba, la puerta estaba muy bien cuidada, y por ello no chirrió al abrirse ni se quedó atascada a medio camino. Entró en un solo fluido paso, y cerró silenciosamente la puerta tras de él.

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