lunes, 20 de julio de 2015

Historia corta: Despedida.

Buenos dias a todos, una vez mas, seguidores de La pluma del Arquitecto.

Hace ya casi un mes desde que empecé este blog. No puedo decir que me anime cada vez que veo el contador de visitas y veo un 0 como la copa de un pino, pero tampoco me he promocionado mucho, así que de momento lo voy llenando con obras cortas y reflexiones, y ya cuando empiece a llegar la gente y vea que hay contenido empezarán a pedir mas... o a irse corriendo, depende de sus gustos XDDDD.

La siguiente historia es una que quise presentar a un pequeño concurso de un instituto al que fuí hará unos años, pero que no llegó ni al formato impreso. Lo he terminado de revisar hara unos minutos (necesitaba unos pequeños retoques) y ya está listo, al menos la versión para el blog.

Sin destripar mucho, es una historia de amor, o mas bien el "final" de una historia de amor. Tal y como está escrito, podría bien ser el final de una de estas obras de época, de los años 20 o 30 del siglo XX, en Chicago, o en L.A., o en Nueva York; aunque también podría ser el final de una de estas películas modernas, sobre organizaciones secretas, espias y asesinos a sueldo. Pero bueno, esos detalles, los dejo a vuestra imaginación. Disfruten.


Despedida

 Por: Alberto López del Consuelo.



La ama más que a su propia vida.

La ama tanto que matará por ella

Para que su vida siga feliz y su corazón lata en calma, sin pensar donde se encontrará él mientras ella mira el horizonte, preguntándose una y otra vez si sigue con vida.

Si volverá a ver su sonrisa.

Si volverá a mirar a esos dulces ojos.

Si volverá a besar esos dulces labios.

Si volverá a abrazar aquel cuerpo que la mecía y protegía ante cualquier mal.

Llegaron corriendo a la estación. Era el último tren del día y no sabían si alguien les vería, pero no tenían tiempo que perder en averiguarlo. A simple vista resultaban una pareja sencilla. Llevaban ropas sencillas y adecuadas para ese invierno frío pero seco. Nadie percibía la ironía de la situación:

Él era un asesino, ella su víctima.

Sin embargo, el amor les dio una oportunidad de sobrevivir: él la amaba hasta el punto de que matarla le mataría, y ella le deseaba de manera febril: se quitaría la vida encantada si él se lo pidiera.

Debían escapar, pues personas peligrosas, de esas que nunca descansan hasta lograr sus objetivos, deseaban verles irse de esta vida.

Llegaron al arcén lleno de pasajeros. Los asesinos que enviaron a por ellos eran buenos, pero él era el mejor. Apenas diez segundos le bastó para encontrar a los asesinos vestidos de calle: dos vestidos de funcionarios con sus trajes de chaqueta, sus zapatos negros y sus maletines, puro atrezo, innecesario para su trabajo. Otros diez fueron suficientes para indicarle a ella que comprara los billetes, dirigirse a los tipos disfrazados, matarlos en silencio y sentarlos en un banco sin que nadie percibiera nada.

Ella volvió con dos billetes, pero él le miró con gesto serio, diciendo con los ojos lo que sus labios no podían: escapar juntos era peligroso, debía irse ella primera. Era más seguro para ella, y ya tenía contactos allá donde iba, por lo cual estaría a salvo.

Ella le beso tiernamente, pero con pasión, como si ese fuera a ser su último beso.

Él le devolvió el beso, mientras sentía sus lágrimas en su piel.

Mientras el tren se alejaba, él no la perdía de vista: la veía dejar su equipaje encima de su asiento y sentarse en el lado de la ventana. Al cruzarse sus ojos, los vio llorosos y tristes. Solo cuando estos volvieron a cambiar y parecieron asustados lo entendió. Siguió su mirada hacia su espalda, pero antes de llegar a girarse sonó un disparó y su cuerpo, como una marioneta sin hilos, cayó al suelo del andén. Mientras sentía la vida irse a través de la herida, fijó su vista en los ojos de ella, llenos de lágrimas, hasta que su luz se apagó, y en ellos solo se reflejó el tren que se alejaba.


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