Buenas tardes a todos, seguidores de La Pluma del Arquitecto.
Uno de mis grandes deseos fué el de escribir un diario personal y propio. Algo privado, donde recoger todo lo que me había acontecido en mi dia a dia. Me enfrentaba a los problemas que se enfrenta toda persona que decide empezar un diario. ¿Escribo todos los dias o cada cierto tiempo?¿Qué eventos son importantes y que eventos no lo son?¿Leerá alguien mi diario si lo dejo por medio con mi nombre?
Muchas veces intenté empecer uno, pero nunca llegaron a buen puerto. Así que, después de plantearmelo mucho, decidí que, si no escribía el mio, escribiría el de alguien más.
Para ser sinceros, este es el segundo libro inspirado en la idea de un diario que planteo hasta ahora. El primero es un libro muy querido para mi, algo privado y, de momento, muy personal, pero estaré encantado de compartir con vosotros este segundo, en este fragmento de historia.
Iris, una bruja adolescente, es hija de un famoso
ilusionista, que además es mago de nacimiento, pero hace ver que la magia solo
son trucos de prestidigitador. Su madre, una oficinista, lleva la contabilidad
del hogar y de una gran empresa de negocios internacional.
Iris, quien ha heredado dichas capacidades, se
enfrenta en su día a día con una serie de conflictos, tales como pedirle salir
al chico que le gusta, Aaron, o enfrentarse a su rival, Agnes, líder del equipo
de animadoras, mientras esta y sus amigas intentan dejarla en ridículo, al
mismo tiempo que oculta su identidad con la ayuda de Isaac, su mejor amigo,
quien está en secreto enamorado de ella.
El siguiente fragmento de historia transcurre en un día en el
cual Agnes ha conseguido un perfume mágico en una tienda de antigüedades, que
le da el poder de controlar a todos los hombres de voluntad débil. El resultado
inicial es que Agnes se vuelve muy popular, pero la turba acaba por intentar comérsela
cuando sus instintos y su deseo escapan de control. Con la ayuda de una poción "especial", introducida en el sistema de aspersión, consiguen salvar la
situación.
Por: Alberto López del Consuelo.
Dia 18 de Febrero de 2015
Querido diario.
Hoy ha sido uno de esos días en los que mejor habría sido no
levantarse de la cama. Si normalmente Agnes es cargante, hoy ha sido
prácticamente insufrible.
Los hechos transcurrieron de la siguiente manera…
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Era lunes por la mañana y a Iris, como en muchas mañanas de primeros de semana, se le habían vuelto a pegar las sábanas. Su pelo, ya de por sí rebelde, se había vuelto encrespado, y de las prisas tuvo que llevarse un cepillo para el pelo y alisárselo en el servicio antes de entrar en clase.
Era lunes por la mañana y a Iris, como en muchas mañanas de primeros de semana, se le habían vuelto a pegar las sábanas. Su pelo, ya de por sí rebelde, se había vuelto encrespado, y de las prisas tuvo que llevarse un cepillo para el pelo y alisárselo en el servicio antes de entrar en clase.
Nada mas entrar en el aula, oyó la siempre desagradable risa
de Agnes de melodía matinal. Lo extraño fueron todas las demás risas de
contrapunto que siguieron a la suya. Al dirigir su mirada hacia ella, vio un
panorama estrambótico: donde antes estaban sus compañeras del equipo de
animadoras, ahora había un grupo de chicos que la ocultaban a los ojos del
resto de sus compañeros. Iris detectó incluso a alumnos pertenecientes a otros
cursos superiores e inferiores.
La voz de Agnes salió con tono prepotente desde detrás de su
barrera humana.
- Vaya, vaya. Mira quien se ha dignado a llegar esta mañana,
nido de cuervos.
Aquel insulto siempre le escocía un poco, pero aquel día su
pelo, siempre rebelde, probablemente parecía más que nunca un nido de pájaros,
negro y apenas en orden. Así que optó por no responder al insulto y se dirigió
a su asiento al lado de Isaac, quien estaba terminando la tarea de matemáticas
a toda prisa. Las marcadas ojeras en el rostro con forma de corazón le decía que
no había dormido mucho.
- Por favor Iris, dime que terminaste los ejercicios de
trigonometría.
- Sí que los terminé, pero no te los voy a dejar.
- Por favor Iris – dijo Isaac haciendo un puchero. Con su
carita en forma de corazón, Isaac parecía un cachorrito al que hubiesen
abandonado en medio de la lluvia. Siempre conseguía ablandar el corazón de Iris.
Pero aquel día Iris no estaba de ánimos para pucheros de
cachorrito abandonado. Ignoró las súplicas de Isaac y preguntó.
-¿Qué está pasando ahí con Agnes? Pareciera que tiene un
tenderete o algo.
- No estoy seguro, no le presto atención a nada de lo que
haga esa mala pécora. Con los ejercicios de trigonometría tengo bastantes
problemas.
Iris terminó de sacar sus deberes de trigonometría y empezó
a revisarlos cuando llegó don Alfonso, el profesor, a la clase y todos
empezaron a dirigirse a su sitio… a excepción del séquito de Agnes, que seguían
cubriéndola sin moverse del sitio. Ocupaban tanto espacio que don Alfonso tuvo
que dar un rodeo y pasar por el lado menos concurrido de la mesa de Agnes, que
se encontraba muy cerca de la pared este de la habitación.
- Espero que todos hayáis terminado los ejercicios de
trigonometría. Os di una semana entera para hacerlos… señorito Isaac.
El resto de la clase se rio por lo bajo. Incluso Iris se rio
por lo ridículo de la situación. Isaac dejó de escribir y, acostumbrado a aquel
tipo de reacción, saludó a su público, encantado de generar alguna que otra
risa.
Y entonces resonó la risa estridente y jactanciosa de Agnes,
y la alegría y el humor compartidos de la clase se apagaron como una vela ante
una ráfaga de viento.
- Y ahí va el payaso de Iris, demostrando porqué es un
fracasado de la vida, igual que su padre.
Aquel comentario estaba cargado de una malicia sin
precedentes en Agnes, y nadie le hizo eco. Don Alfonso se quedó de piedra
durante un instante, y luego replicó:
- Señorita Agnes, ese comportamiento es…
- ¿Es qué… Don Alfonso?- replicó en respuesta Agnes.
Desde donde se encontraba Iris no podía ver bien a Agnes,
pero se fijó en que varios de los miembros de su séquito habían dejado un hueco
libre para que Agnes y Don Alfonso estuviesen cara a cara. Al mismo tiempo, los
sentidos de Iris detectaron una ligera vibración en el aire.
Un instante después, Don Alfonso replicó:
- Ese comportamiento es digno solo de una reina como vos,
doña Agnes. Discúlpeme por mi arrogancia. Señor Isaac, es usted una desgracia
para este centro educativo, y queda expulsado de mi clase con efecto inmediato.
Márchese.
Todos se quedaron congelados ante dicha orden. Don Alfonso
era conocido por ser estricto, pero jamás había expulsado a nadie de su clase
en persona. El rostro de Isaac mostraba el mismo desconcierto que el de los demás
alumnos, pero se reafirmó en seguida. En un instante, y sin subir la vista de
sus cosas, recogió todo a la carrera y salió del aula.
Iris estaba hecha una furia. El padre de Isaac era un
presidiario reincidente que había sido acusado de, entre otras cosas, violencia
de género contra la madre de Isaac. El propio Isaac lo odiaba con toda su alma,
y evitaba siquiera mencionar su nombre. El ataque de Agnes normalmente habría
sido bloqueado por Don Alfonso, y castigado con severidad; pero aquella vez
había pasado algo. De alguna forma, Agnes había influenciado al profesor,
probablemente con magia.
No era la primera vez que Agnes se hacía con un artefacto
mágico, pero que lo usara tan abiertamente preocupó mucho a Iris. Normalmente
los artefactos mágicos usados por personas sin capacidades mágicas tenían un
sobrecoste: el color del pelo y de los ojos, sangre, o incluso la pérdida
temporal de alguno de sus sentidos. Pero Agnes había usado un artefacto, y
hasta donde podía percibir no había repercusiones visibles.
Don Alfonso se dirigió a la clase y replicó:
- Si hay alguien aquí que desee rebatir mi decisión, puede
seguir al señorito Isaac y compartir su destino.
Traducción: sería expulsado de su clase.
Iris ni siquiera se planteó el hacer lo contrario: recogió
sus cosas, se levantó y se dirigió a la puerta.
- Mirad, chicos. Parece que la fracasada de Iris se va con
su amiguito del alma. ¿O se dice “fracasado del alma”?
El comentario de Agnes provocó las risitas de su sequitó.
Iris dirigió una mirada fulminante hacia Agnes que no llegó a su destino,
cuando sus ojos de color granate se cruzaron con un par de ojos esmeralda que
siempre le provocaban un estallido de placer y que, al verlos entre el séquito
de Agnes, solo le provocaron dolor, al darse cuenta de que Aaron estaba entre
el séquito de Agnes. En la mirada de Aaron, a diferencia de los demás, no había
esa mezcla de satisfacción y éxtasis que mostraban todos los miembros del
séquito, pero por algún motivo tenía la misma sonrisa bobalicona.
El instante de duda pasó, e Iris salió de la clase hecha una
furia. El aire crepitaba a su alrededor en respuesta a su estado de ánimo. En
ocasiones normales, en presencia de los alumnos, intentaba controlar sus emociones;
pero ahora los alumnos estaban encerrados en sus clases, y podía dar rienda
suelta a su poder.
Con un solo pulso de presencia, Iris localizó a Isaac.
Estaba donde siempre se metía cuando algo le preocupaba: en lo más alto de las
escaleras, en frente de la puerta al tejado.
Mientras subía las escaleras hecha una furia, intentó
analizar la situación. Isaac había sido expulsado de la clase sin razón
aparente. No había habido una palabra concreta por parte de Agnes. No había
activado ningún conjuro verbal, ni usado palabras de poder para controlar al
profesor. No detectó en la clase ningún aroma concreto, ni vio que el profesor
se metiese nada en la boca. El único sentido involucrado, por algún motivo,
había sido la vista. No acertaba a pensar en lo que había ocurrido en realidad.
Una vez llegó arriba, vio a Isaac arrodillado en el suelo de
cara al ojo de la cerradura. Sus libros desperdigados por el suelo. Su estuche
de herramientas multiusos, lleno de destornilladores, cables y otros útiles, se
hallaba abierto en el suelo a sus pies. El propio Isaac estaba abriendo la
puerta de la azotea con las ganzúas. Antes de que pudiera preguntarse por qué
no habían saltado ya las alarmas, pudo ver una parte de la pared abierta como
por un martillazo y, en su interior, un cable cortado limpiamente.
- Los técnicos tienen que aprender que los cables que conectan
la alarma de la puerta deben ir a una altura que impida que los alumnos los
corten.
- ¿Cómo has sabido que los cables estaban ahí? – Preguntó Iris.
- No lo sabía. Solo golpeé la pared en busca de un punto
hueco, y abrí el agujero con un cutter – señaló un cutter grande, con el mango
amarillo y una hoja ancha y de aspecto muy afilado, lleno de cal. –. Nada mal
para el hijo de un presidiario, ¿no?
- Isaac,…
- No, Iris, no digas nada. Ya sé que la mala pécora de Agnes
ha hecho de las suyas. Y se que ahora me dirás que harás todo lo que esté en tu
mano para arreglarlo. Y normalmente me animaría mucho el ayudarte. Pero esta
vez solo quiero tomar el aire, y no quiero que me digan nada en la recepción. Así
que… - Y antes de terminar la frase, sonó un chasquido que indicaba que la
cerradura había sido abierta, y abrió la puerta de la azotea.
Los ojos de Iris tardaron un instante en acostumbrarse a la
luz que brillaba desde el cielo, sin barreras ni nada que la frenara. Cuando
sus ojos se acostumbraron, pudo ver el cielo, totalmente despejado a pesar de
que estaban en Febrero. Isaac salió al cielo y dijo.
- Ahora tienes el cielo a tu disposición. Es todo lo que voy
a hacer para ayudarte esta vez.
- ¿por qué?
Isaac sonrió a su pesar y dijo.
- Ambos sabemos por experiencia que Agnes tendrá que pagar
un precio por lo que ha hecho en la clase. Normalmente la detendría antes de
que sufriera las consecuencias. Pero se me antoja que hoy sienta en sus carnes
la desesperación. Considéralo un poco de justicia poética.
Iris se lo quedó mirando, pasmada.
- ¿Dejaras que un inocente sufra por culpa de la magia?
- Soy un espectador, Iris, no un brujo. Te ayudo, te protejo
si está en mis manos, incluso te aconsejo, a pesar de que no poseo ninguna
habilidad mágica. Soy un simple Ojo, y un Ojo solo observa y registra.
Iris sabía que su amigo solo estaba dolido y que no decía
todo aquello en serio. Una parte de ella deseaba que Agnes, por una vez, pagase
el precio. Pero tenía un juramento que cumplir.
- Tienes razón. – respondió Iris
Aquello pilló a Isaac desprevenido.
- ¿Lo dices en serio?
- Si, lo digo en serio. Tienes razón, Agnes se merece lo que
le pase. – Iris miró a Isaac. Sus ojos, llenos de determinación. – Pero yo
sería una bruja muy malvada si lo permitiese sin más.
Dicho esto, Iris sacó su móvil y activó una aplicación. En
el nombre se podía leer GE.
Nada más activarla, la pantalla del móvil se fragmentó, y
sus distintas partes empezaron a mostrar imágenes prácticamente al azar, de
todos los lugares del mundo. Iris solo dijo un nombre:
- Agnes McMiller.
La aplicación GE, también conocida como God’s Eye, era un
conjuro especial de localización y vigilancia. Nadie sabía quién lo había
creado ni por qué, pero permitía ver absolutamente todo, en cualquier instante
de la historia, en función de la cantidad de poder que tuviese cada mago. Con
solo un nombre o una imagen, el conjuro permitía ver el pasado, presente, e
incluso todos los posibles futuros del objetivo, ya fuera persona, animal o
cosa.
Desgraciadamente, el poder que poseía Iris solo le permitía
ver los últimos 15 minutos transcurridos entre el momento presente y el pasado,
y solo podía ver 3 segundos de su propio futuro, lo cual era prácticamente inútil,
ya que mientras se usaba GE no se podían activar otros conjuros. Pero para el
efecto sería suficiente.
Al cabo de un instante pudo ver a Agnes hace 15 minutos. La
vio rodeada de su séquito atravesando el pasillo y dirigiéndose a la clase. No
parecía haber nada remarcable, salvo por el hecho de que estaba rodeado de
chicos, salvo cuando entró al servicio 10 minutos antes de aquel momento.
Fue entonces cuando vio algo raro. Nada más salir del baño,
Agnes sacó algo de su bolsa, parecido a un perfume, se echó unas gotas en el
cuello y siguió andando.
Temiendo que la escena se le escapase, Iris cambió a
voluntad el ángulo de visión y se centró en el frasco. Parecía perfume normal y
corriente. Era rosado, con un símbolo como de una serpiente en un lado, y una
mujer en el lado opuesto.
Aquello confirmó las sospechas de Iris: La actitud de
superioridad de Agnes, los hombres, como hipnotizados, siguiéndolo como
perritos falderos.
- Por tu cara deduzco que has descubierto la causa.
Iris estaba tan concentrada que se había olvidado de Isaac. Dio
un respingo y la visión se fragmentó en miles de pedazos, mientras volvía a
tomar la forma de su teléfono móvil.
- Ha usado un perfume de embrujo de lamia. La buena noticia
es que es pasajero.
- ¿Y la mala?
- Más bien las malas. Cualquier hombre sin talento mágico,
habilidad, o que no esté profundamente enamorado de otra persona caerá ante el
influjo sin poder oponer resistencia.
- Genial, ¿y cuál es la otra?
- Que si conozco a Agnes lo suficiente, probablemente se
habrá embadurnado con el perfume antes de que termine el dia.
- Y eso es malo porque…
- Porque la atracción tiene un efecto proporcionalmente
inverso en las personas. Cuanto más odien a Agnes, mas atraídos se sentirán,
hasta el punto de que no podrán vivir sin ella. Literalmente, preferirán que
ella esté muerta antes de que le pertenezca a otro hombre.
Isaac lo comprendió al vuelo.
- Eso quiere decir que, como todo el mundo sabe que Agnes es
una mala pécora despreciable, todo el mundo que no tenga novia o esté enamorado
caerá ante ella…
- Y cuando alcancen cierto límite, el enamoramiento se
tornará en obsesión y locura, e intentarán matarla.
- ¿Cuánto falta para que ocurra eso?
Iris miró su reloj justo cuando el timbre del almuerzo
sonaba en el aire.
- Mas o menos a partir de ahora.
Isaac se encogió de hombros y dijo:
- ¿Y qué harás entonces? Probablemente ahora irá a encantar
al resto del cuerpo estudiantil masculino en el comedor.
Iris paseó la vista por el tejado hasta que vio su objetivo:
el suministro de agua del instituto.
- El sistema anti-incendios funciona con esa toma de ahí.-
Iris sacó de su bolsa varios ingrediente y los mezclo. No era una poción
propiamente dicha, ni tenía ningún conjuro, pero la mezcla olía muy fuerte, y
no era agradable. – Cuando te avise por teléfono, introduce en el sistema esta
mezcla para que se mezcle con el agua. Entonces activaré el sistema
anti-incendios y la mezcla se expandirá por todo el centro.
En la voz de Iris solo había resolución. Pero Isaac se
apartó a un lado.
- ¿Qué te hace pensar que te ayudaré a salvar a Agnes?
- Muy sencillo: eres Isaac. Nunca permitirías que alguien
sufriese, incluso si eso te hace daño a ti.
La voz de Iris estaba llena de confianza y seguridad en lo
que decía. Había visto a Isaac sacrificarse de muchísimas formas distintas. No
era algo impuesto, sino inherente a su persona.
Isaac le miró a los ojos durante un instante, sin moverse.
Luego le tendió la mano. Iris le entregó la mezcla.
- Un día de estos te llevaras una sorpresa desagradable
conmigo. Por suerte para ti, hoy no es ese día. Y ahora vete.
Iris le dio un abrazo muy fuerte, le susurró un gracias
apresurado y se marchó corriendo escaleras abajo.
Llegar hasta el comedor fue sencillo, ya que se podía llegar
desde tres pasillos diferentes, y fue fácil encontrar uno libre. Pero una vez
allí, se encontró en una especie de batalla campal. Las chicas estaban
aterradas, escondidas debajo de las mesas. Los chicos estaban peleando, usando
como armas todo aquello que conseguían agarrar con las manos. El suelo estaba
lleno de alumnos semiinconscientes, cubiertos de salsa brava, puré de verduras
y, en ocasiones, sangre. Un pulso le bastó a Iris saber que nadie había sufrido
daños más graves que una hemorragia nasal y algún diente fuera de su sitio.
Pero la pelea seguía en el rincón más alejado del comedor, donde Agnes se había
refugiado detrás de la barra de la comida, protegida por las fuentes de comida
del comedor.
Iris se lanzó por encima de la multitud usando una mesa
cercana, tomando impulso sobre ella combinado con un pequeño conjuro de
ingravidez instantánea. Nada más llegar hasta Agnes, pudo ver que le faltaban
lamparones de pelo, como si se los hubiesen esquilado o, lo cual era más
probable, se lo hubiesen arrancado de un tirón. Agnes estaba aterrorizada.
- No se que les ha pasado de repente. Se han vuelto todos
locos.
La respuesta de Iris fue breve, concisa y contundente: cargó
un pequeño conjuro de noqueo en su puño derecho y se lo estampó en la cara a
Agnes. El golpe la dejó KO.
- De momento estamos en paz, zorra.
La barricada formada por las fuentes de comida amenazaba con
desplomarse. No tenía mucho tiempo. Con movimientos rápidos y diestros, Iris
registró a Agnes hasta que encontró lo que buscaba. El pequeño tarro con el
emblema de la serpiente y la mujer. Con toda la fuerza que pudo, lanzó el
frasco lo más lejos que pudo de si misma, al otro lado de su barricada. El
frasco voló por los aires y se estrelló en el suelo, rompiéndose en mil pedazos
y esparciendo su contenido por el suelo.
Los chicos, enloquecidos por el intenso aroma, abandonaron
su alocada persecución y se lanzaron contra los restos del perfume. Iris mandó
la señal al Isaac desde su móvil, esperando no haberse confundido al juzgar a
su amigo.
Después de varios agonizantes segundos, su confianza se vio
recompensada cuando recibió un mensaje de vuelta con un icono animado: una
hoguera.
Con una sonrisa en los labios, Iris lanzó una chispa de
fuego, casi invisible, pero lo bastante potente como para activar el sistema de
aspersión. De las boquillas situadas en el techo salió un líquido de color
marrón verdoso que olía a huevos podridos. Al instante todos los chicos dejaron
de pelearse y algunos incluso empezaron a escupir debido al mal olor. Iris se
recostó un instante para admirar su obra, y recordó una de aquellas frases que
siempre decía Isaac para quejarse.
- Este mundo apesta.
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Iris estaba sentada en una silla, fuera del despacho del
director, esperando a que su padre saliese. A su lado se encontraba Isaac, a
quien habían encontrado en el tejado, esperando para ser atrapado infraganti.
Antes de que pudieran acusar exclusivamente a Isaac la propia Iris se había
acusado a sí misma como el cerebro de la operación, por lo cual llamaron a su
padre. Conociéndole, Marvin Ilustrus Varus, con sus increíbles habilidades,
convencería al director de que el problema tenía que ver con el propio sistema
de aspersión, y que nunca hubo una broma de por medio.
Isaac estaba meditabundo, hundido en su propio mundo
personal. Gracias a la rápida intervención de Marvin, su madre no había
acudido, y Don Alfonso y los demás alumnos habían olvidado que Isaac estaba
expulsado de la clase; pero no parecía feliz en absoluto.
Iris, por su parte, aún recordaba la cara de Aaron cuando fue
seducido por Agnes. Solo recordarlo le partía el corazón, pero ella mantenía su
cara de póker.
No debía ser demasiado buena, porque Isaac le dio con el
codo y le dijo.
- Ve. Con suerte, aún no se habrá marchado del instituto.
Iris miró a Isaac a los ojos. Aún había dolor y
resentimiento en ellos, pero su empatía, aquella maravillosa cualidad que lo
movía a actuar a favor de los demás, incluso cuando estos no se lo merecían,
brillaba como siempre en sus ojos.
Por eso no sintió arrepentimiento cuando negó con la cabeza.
- No creo que sea una buena idea ir ahora. Soy más necesaria
aquí.
Isaac le dedicó una sonrisa de oreja a oreja, y estaba a
punto de añadir algo cuando la puerta se abrió y salió de ella Marvin, tan
tranquilo como cuando entró media hora antes.
- Ya está, problema resuelto. Iris, Isaac, después de una…
breve pero intensa discusión, no se aplicarán cargos contra vosotros.
Iris e Isaac se miraron, aliviados, hasta que Marvin añadió:
- Sin embargo, le he dicho al director que os presentareis
voluntarios durante el fin de semana para limpiar el comedor… sin magia.
Iris e Isaac se quedaron sin habla, debido a la injusticia
de aquellas palabras. Antes de que pudieran añadir algo, Marvin dijo:
- Recordad que los asuntos de la comunidad mágica se quedan
dentro de la comunidad mágica, y hoy habéis expuesto a muchos inocentes a una
sustancia que bien podría haberles causado algún efecto secundario. Por suerte,
ya he evaluado a todos los afectados y no quedarán rastros de lo ocurrido. Pero
la próxima vez, puede que no seáis tan afortunados.
Ante aquella réplica, no hubo forma de responder, así que
ambos asintieron en silencio.
La mirada de Marvin se fijó en Isaac, y le dijo:
- Sé que hoy ha sido un día especialmente duro para ti
Isaac. Te ofreceré todo el apoyo que pueda. Sabes que basta una sola palabra de
tu parte.
Isaac le miró a los ojos.
- Lo sé.
En aquella respuesta no solo había una constancia de
conocimiento, sino de consecuencia. Isaac había sufrido mucho durante su vida:
sus padres no fueron felices juntos, su padre intentó matar a su madre, lo que
la dejo terriblemente incapacitada. De no haber sido por el apoyo financiero y
laboral de Marvin, Isaac probablemente hubiese acabado en un reformatorio. En
múltiples ocasiones, Marvin se había ofrecido a arreglar las cosas con su
padre, curar a su madre y devolverle a Isaac la felicidad que merecía. Pero
Isaac, como el Ojo que era, capaz de ver la verdad, entre otras muchas cosas,
sabía que la felicidad no era tan fácil de alcanzar.
Marvin dirigió un última mirada llena de pesar a Isaac antes
de centrarse en su hija.
- Y en cuanto a ti jovencita, espero que te quedases a gusto
con el conjuro de noqueo. Pero lo que necesitas ahora es una ducha. Apestas.
Aquello dejó a Iris más roja que un tomate y a Marvin partiéndose
de risa.
- Vámonos a casa ya papa. Estoy cansada de instituto por
hoy.
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Hoy el instituto me ha enseñado varias cosas: Lo primero,
que todos acabamos recibiendo lo que nos merecemos; lo segundo, es que el
corazón no se puede engañar, por muchos conjuros que usemos. Siempre hay una
parte de nuestro corazón que resiste las tentaciones.
Y lo tercero, viendo aquella mirada en Isaac, me lo ha
enseñado él. Incluso el muro más fuerte, si se golpea de la forma y en el lugar
adecuado, temblará hasta caer hecho añico.
Iris terminó de escribir en su diario, mientras repasaba todo aquello que había escrito. La mirada de Isaac la había dejado preocupada. Los Ojos como él veían aquello que persiguiera el corazón de su dueño, por eso en ocasiones eran muy peligrosos. Esperaba que el corazón de Isaac fuese capaz de soportar la presión de semejante poder, y que no cayera en la tentación de usarlo para el mal.
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