Esta historia vió su nacimiento, como muchas otras de mis obras, de un sueño, o de una pesadilla, no lo recuerdo muy bien. Nuestro protagonista, un personaje que, de momento, permanecerá en el anonimato, despierta una mañana y descubre que es el único habitante de este nuevo mundo. Vemos su perplejidad ante lo nuevo y lo extraño, su vacilación ante lo extraño de la situación, y la calma con la que elige cada paso a seguir con tal de encontrar respuesta a semejante enigma. Espero que os guste.
Por: Alberto López del Consuelo
Me desperté en mi cama como cada mañana, pero noté
que algo había cambiado: el sonido de los coches y del tráfico por las mañanas
se había desvanecido por completo; no sonaba ni un solo sonido. Mi despertador
aún no había sonado, así que lo desactivé para no estropear el momento de paz
que mis sentidos percibían.
Siempre había considerado este mundo frio, ruidoso
y de un gris pálido: los humanos son unas criaturas solo interesadas en
sobrevivir, aunque fuera a costa de pasar los unos por encima de los otros, una
y otra vez. Me resultaban unas criaturas fútiles y absurdas, incluso aunque yo
mismo era un humano fútil y absurdo, pero tampoco me consideraba totalmente
humano, pues carecía por completo de esos instintos gregarios que los hace ir a
todos a la misma onda, en grupos como los ganados o las manadas de diferentes
especies.
Pero aquel mundo era diferente: aunque seguía
siendo de un gris fantasmagórico, el ruido de cada mañana se había desvanecido
como si nunca hubiese sonado jamás: ni coches, ni motos, ni gritos,
absolutamente nada.
Me levanté de la cama sin demasiado entusiasmo,
pero con una curiosidad expectante. Salí a mirar por la ventana y solo se veían
los coches, aparcados y silenciosos, en la zona residencial donde vivía desde
hacía unos 15 años. Salí de mi pequeña y compacta habitación, a la que adoraba
como si fuera mi santuario privado, pues así era, para irme directamente al
cuarto de mis padres. Su cama estaba deshecha, pero vacía, lo cual tampoco me
extrañó tanto: era sábado y cada uno tenía que ir a trabajar. Por norma
general, no solía verlos hasta la hora de comer. Apenas tardé unos minutos en
darme cuenta de que algo fallaba en aquella habitación: los zapatos que mi
padre solía usar para el trabajo seguían donde siempre los dejaba, al pie del
lado derecho de la cama, y aunque mi padre a veces era un excéntrico (al menos
en lo que se refería a determinados aspectos) no me lo imaginaba yendo al
trabajo descalzo o con zapatillas de andar por la casa. Fui a la cocina,
esperando encontrar al menos los restos del desayuno, una prueba de que al
menos había pasado por la cocina, y una vez más me desilusione cuando lo vi
todo tal y como lo dejé el día anterior después de la cena. Llegados a este
punto de pánico inconsciente dejé la mente en blanco, me calme y reflexione
durante un instante. “Si les hubiese pasado algo, entonces las autoridades me
lo habrían dicho aunque me hubiesen obligado a levantarme a deshora para
decírmelo. Deja de preocuparte por misterios.” Me dije a mí mismo. Al fin y al cabo,
aunque hubiese pasado algo, ¿qué podía hacer al respecto?. Llegados a este
punto, hice lo único que quería hacer por las mañanas un sábado: me serví unos
cereales con leche, preparé un par de tostadas con mantequilla y lo cargué todo
hasta el salón donde tenía conectado el televisor a la antena del Digital y de
la TDT. Estaba a punto de poner la videoconsola y empezar a jugar, pero por
algún motivo quise ver las noticias del día. Esperaba que fuesen capaces de
aclararme el por qué parecía que todo el mundo se levantaba tarde hoy; al fin y
al cabo, durante los últimos 15 años, jamás había tenido una mañana de sábado
tan silenciosa. No me gustaba mucho especular, pero una crisis de pereza
matutina de fin de semana me parecía una escusa muy mala para semejante
panorama.
No tarde más que
unos segundos para suplicar, en mi fuero interno, que solamente fuera una
crisis de pereza matutina.
Eran las 9:00
A.M., y ningún canal del TDT emitía noticias. Es más, ningún canal emitía nada.
Pasé a los canales del digital y, a excepción de unas pocas películas a medias,
y algunos dibujos animados, pasaba lo mismo en todas las cadenas. Pero claro,
todo el mundo sabe que en estos tipos de canales programan las emisiones para
que se realicen a diario con el mínimo de mano de obra humana, así que no
debería sorprenderme el pensar que estos programas ya estaban grabados de
antemano.
No me costaría
mucho llegar a pensar en las probabilidades de que aproximadamente 60 o 70
personas tengan una crisis, estén enfermos, o sean perezosos y no quieran ir a
trabajar el mismo día de la semana. Tal vez hubiese una epidemia de gripe y
nadie pudiera ir a trabajar.
Pero según mis
escasos conocimientos sobre cadenas de televisión, en las centrales que se
encargan de transmitir la señal hasta los domicilios y las localidades no creo
que llegasen a trabajar más de 200 o 300 empleados, y en los canales de
televisión trabajarían cerca de 1000, si contamos a todo el personal de
gestión, limpieza,…
Y las
probabilidades de que semejante gente tenga una crisis o sean perezosos es
prácticamente 0.
Apagué el
televisor y salí de la casa sin preocuparme siquiera de cerrar la puerta tras
de mí. Me dirigí a la casa del vecino de enfrente, que siempre me increpaba
cada vez que jugaba al futbol cerca de su casa, pues una vez le rompí una
ventana cuando era pequeño. Decidí probar suerte con un método más directo, y
cogí una piedra que apenas cabía en mi mano derecha. Acto seguido la lancé
contra la ventana, que se rompió con un estruendo. Además, también sonó algo
rompiéndose en el interior de la casa, lo cual haría que saliera increpando
maldiciones sobre la madre que me acabó de parir y otras palabras soeces que le
conocía.
La respuesta fue
un silencio aún más inquietante, pues al haber esperado una respuesta más
violenta, el silencio inesperado me puso el vello de punta y agudizó mis
sentidos, lo cual me hizo percibir mejor el silencio que me rodeaba. Y fue
cuando también percibí que semejante tipo de silencio era totalmente
antinatural: si solamente hubiese habido silencio en la zona residencial, el
ruido del tráfico cercano tendría que haberme resultado como mínimo
perceptible, pero ni eso eran capaces de captar mis oídos. ¿Me estaría quedando
sordo? Ese hecho me preocupó unas pocas décimas de segundo. Entré de nuevo en
la casa, corrí a mi habitación, agarré mi MP3 y mis cascos y me los enchufé en
las orejas. A continuación encendí el aparato y recibí de lleno el sonido de la
guitarra eléctrica, el bajo y las baterías de mis acostumbrados grupos Grunge y
Rock, lo cual me hizo calmarme al instante. Al menos sabía que mi sentido del
oído seguía tan bien como siempre, o al menos todo lo bien que podían estar los
oídos de un adolescente que se empapa de música rock casi 24/7.
Habiendo hecho
todo (o casi todo) lo que podía hacer hasta el momento, decidí volver a casa y
pensar en otras alternativas. Ya había hecho lo que podía hacer “normalmente”;
pero al no ser una solución normal, me decanté por cosas que no solía hacer,
como por ejemplo, llamar a mis padres en el trabajo. Llegué a casa y me dirigí
al teléfono, tras lo cual se me impuso una duda: ¿fijo del trabajo o móvil?.
Dado que eran
casi las 10:00 de la mañana, decidí que mi madre ya estaría en el trabajo, así
que me decanté por llamar al jefe de su departamento y pedirle que la llamase.
Su jefe era un buen hombre llamado Jason Drik, que había sido ascendido a jefe
de departamento en poco más de 1 año gracias solamente a su esfuerzo; o al
menos eso es lo que él decía, ya que, según mi madre, tuvo mucha suerte de que
un día uno de sus proyectos se mezclase con otros papeles que el director debía
revisar y acabó en su despacho. Casi todos sospechan que fue el mismo el que
los mezcló con los otros, pero como llegó a jefe de departamento, nadie dice
nada.
El problema llegó
de nuevo cuando intenté ponerse en contacto con la oficina. Nadie lo cogió ni
al sonar hasta seis veces.
Aquello ya no
tenía ni pies ni cabeza. Mi madre trabajaba en una empresa de marketing y
publicidad, encargada de diseñar anuncios y eslóganes para más de 50 empresas,
algunas reconocidas a nivel internacional. Incluso si estaban todos muy
ocupados, siempre había una operadora dispuesta a desviar la llamada si esta no
era atendida a tiempo. Pero el teléfono sonó 6 veces, 7, 8… y nadie lo cogía.
Entonces probé a llamar al móvil de mi madre, y después al de mi padre, que debía estar ya en la empresa de SeïX, la empresa de automóviles en la que trabajaba desde hacía más de 10 años. La respuesta volvió a ser la misma, no más que el silencioso sonido de los tonos del teléfono al no responder nadie.
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