domingo, 30 de agosto de 2015

Fragmento de historia: Soledad Infinita (Tentativa)

Buenas noches a todos los seguidores de La Pluma del Arquiteto.

Esta historia vió su nacimiento, como muchas otras de mis obras, de un sueño, o de una pesadilla, no lo recuerdo muy bien. Nuestro protagonista, un personaje que, de momento, permanecerá en el anonimato, despierta una mañana y descubre que es el único habitante de este nuevo mundo. Vemos su perplejidad ante lo nuevo y lo extraño, su vacilación ante lo extraño de la situación, y la calma con la que elige cada paso a seguir con tal de encontrar respuesta a semejante enigma. Espero que os guste.

Por: Alberto López del Consuelo

Me desperté en mi cama como cada mañana, pero noté que algo había cambiado: el sonido de los coches y del tráfico por las mañanas se había desvanecido por completo; no sonaba ni un solo sonido. Mi despertador aún no había sonado, así que lo desactivé para no estropear el momento de paz que mis sentidos percibían.



Siempre había considerado este mundo frio, ruidoso y de un gris pálido: los humanos son unas criaturas solo interesadas en sobrevivir, aunque fuera a costa de pasar los unos por encima de los otros, una y otra vez. Me resultaban unas criaturas fútiles y absurdas, incluso aunque yo mismo era un humano fútil y absurdo, pero tampoco me consideraba totalmente humano, pues carecía por completo de esos instintos gregarios que los hace ir a todos a la misma onda, en grupos como los ganados o las manadas de diferentes especies.

Pero aquel mundo era diferente: aunque seguía siendo de un gris fantasmagórico, el ruido de cada mañana se había desvanecido como si nunca hubiese sonado jamás: ni coches, ni motos, ni gritos, absolutamente nada.

Me levanté de la cama sin demasiado entusiasmo, pero con una curiosidad expectante. Salí a mirar por la ventana y solo se veían los coches, aparcados y silenciosos, en la zona residencial donde vivía desde hacía unos 15 años. Salí de mi pequeña y compacta habitación, a la que adoraba como si fuera mi santuario privado, pues así era, para irme directamente al cuarto de mis padres. Su cama estaba deshecha, pero vacía, lo cual tampoco me extrañó tanto: era sábado y cada uno tenía que ir a trabajar. Por norma general, no solía verlos hasta la hora de comer. Apenas tardé unos minutos en darme cuenta de que algo fallaba en aquella habitación: los zapatos que mi padre solía usar para el trabajo seguían donde siempre los dejaba, al pie del lado derecho de la cama, y aunque mi padre a veces era un excéntrico (al menos en lo que se refería a determinados aspectos) no me lo imaginaba yendo al trabajo descalzo o con zapatillas de andar por la casa. Fui a la cocina, esperando encontrar al menos los restos del desayuno, una prueba de que al menos había pasado por la cocina, y una vez más me desilusione cuando lo vi todo tal y como lo dejé el día anterior después de la cena. Llegados a este punto de pánico inconsciente dejé la mente en blanco, me calme y reflexione durante un instante. “Si les hubiese pasado algo, entonces las autoridades me lo habrían dicho aunque me hubiesen obligado a levantarme a deshora para decírmelo. Deja de preocuparte por misterios.” Me dije a mí mismo. Al fin y al cabo, aunque hubiese pasado algo, ¿qué podía hacer al respecto?. Llegados a este punto, hice lo único que quería hacer por las mañanas un sábado: me serví unos cereales con leche, preparé un par de tostadas con mantequilla y lo cargué todo hasta el salón donde tenía conectado el televisor a la antena del Digital y de la TDT. Estaba a punto de poner la videoconsola y empezar a jugar, pero por algún motivo quise ver las noticias del día. Esperaba que fuesen capaces de aclararme el por qué parecía que todo el mundo se levantaba tarde hoy; al fin y al cabo, durante los últimos 15 años, jamás había tenido una mañana de sábado tan silenciosa. No me gustaba mucho especular, pero una crisis de pereza matutina de fin de semana me parecía una escusa muy mala para semejante panorama.

   No tarde más que unos segundos para suplicar, en mi fuero interno, que solamente fuera una crisis de pereza matutina.

    Eran las 9:00 A.M., y ningún canal del TDT emitía noticias. Es más, ningún canal emitía nada. Pasé a los canales del digital y, a excepción de unas pocas películas a medias, y algunos dibujos animados, pasaba lo mismo en todas las cadenas. Pero claro, todo el mundo sabe que en estos tipos de canales programan las emisiones para que se realicen a diario con el mínimo de mano de obra humana, así que no debería sorprenderme el pensar que estos programas ya estaban grabados de antemano.  

    No me costaría mucho llegar a pensar en las probabilidades de que aproximadamente 60 o 70 personas tengan una crisis, estén enfermos, o sean perezosos y no quieran ir a trabajar el mismo día de la semana. Tal vez hubiese una epidemia de gripe y nadie pudiera ir a trabajar.

    Pero según mis escasos conocimientos sobre cadenas de televisión, en las centrales que se encargan de transmitir la señal hasta los domicilios y las localidades no creo que llegasen a trabajar más de 200 o 300 empleados, y en los canales de televisión trabajarían cerca de 1000, si contamos a todo el personal de gestión, limpieza,…

    Y las probabilidades de que semejante gente tenga una crisis o sean perezosos es prácticamente 0.

    Apagué el televisor y salí de la casa sin preocuparme siquiera de cerrar la puerta tras de mí. Me dirigí a la casa del vecino de enfrente, que siempre me increpaba cada vez que jugaba al futbol cerca de su casa, pues una vez le rompí una ventana cuando era pequeño. Decidí probar suerte con un método más directo, y cogí una piedra que apenas cabía en mi mano derecha. Acto seguido la lancé contra la ventana, que se rompió con un estruendo. Además, también sonó algo rompiéndose en el interior de la casa, lo cual haría que saliera increpando maldiciones sobre la madre que me acabó de parir y otras palabras soeces que le conocía.

    La respuesta fue un silencio aún más inquietante, pues al haber esperado una respuesta más violenta, el silencio inesperado me puso el vello de punta y agudizó mis sentidos, lo cual me hizo percibir mejor el silencio que me rodeaba. Y fue cuando también percibí que semejante tipo de silencio era totalmente antinatural: si solamente hubiese habido silencio en la zona residencial, el ruido del tráfico cercano tendría que haberme resultado como mínimo perceptible, pero ni eso eran capaces de captar mis oídos. ¿Me estaría quedando sordo? Ese hecho me preocupó unas pocas décimas de segundo. Entré de nuevo en la casa, corrí a mi habitación, agarré mi MP3 y mis cascos y me los enchufé en las orejas. A continuación encendí el aparato y recibí de lleno el sonido de la guitarra eléctrica, el bajo y las baterías de mis acostumbrados grupos Grunge y Rock, lo cual me hizo calmarme al instante. Al menos sabía que mi sentido del oído seguía tan bien como siempre, o al menos todo lo bien que podían estar los oídos de un adolescente que se empapa de música rock casi 24/7.

    Habiendo hecho todo (o casi todo) lo que podía hacer hasta el momento, decidí volver a casa y pensar en otras alternativas. Ya había hecho lo que podía hacer “normalmente”; pero al no ser una solución normal, me decanté por cosas que no solía hacer, como por ejemplo, llamar a mis padres en el trabajo. Llegué a casa y me dirigí al teléfono, tras lo cual se me impuso una duda: ¿fijo del trabajo o móvil?.

    Dado que eran casi las 10:00 de la mañana, decidí que mi madre ya estaría en el trabajo, así que me decanté por llamar al jefe de su departamento y pedirle que la llamase. Su jefe era un buen hombre llamado Jason Drik, que había sido ascendido a jefe de departamento en poco más de 1 año gracias solamente a su esfuerzo; o al menos eso es lo que él decía, ya que, según mi madre, tuvo mucha suerte de que un día uno de sus proyectos se mezclase con otros papeles que el director debía revisar y acabó en su despacho. Casi todos sospechan que fue el mismo el que los mezcló con los otros, pero como llegó a jefe de departamento, nadie dice nada.

    El problema llegó de nuevo cuando intenté ponerse en contacto con la oficina. Nadie lo cogió ni al sonar hasta seis veces.

    Aquello ya no tenía ni pies ni cabeza. Mi madre trabajaba en una empresa de marketing y publicidad, encargada de diseñar anuncios y eslóganes para más de 50 empresas, algunas reconocidas a nivel internacional. Incluso si estaban todos muy ocupados, siempre había una operadora dispuesta a desviar la llamada si esta no era atendida a tiempo. Pero el teléfono sonó 6 veces, 7, 8… y nadie lo cogía.
     
    Entonces probé a llamar al móvil de mi madre, y después al de mi padre, que debía estar ya en la empresa de SeïX, la empresa de automóviles en la que trabajaba desde hacía más de 10 años. La respuesta volvió a ser la misma, no más que el silencioso sonido de los tonos del teléfono al no responder nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario