Esta obra, como otras muchas, nació de un sueño que tuve hará mucho tiempo. No se que significaría en aquella época, pero ahora ya no tiene mucho significado. Sin embargo, al despertar, pensé que era una historia muy bonita, acerca de la amistad. Espero que os guste.
El fantasma del teatro.
Por: Alberto López del Consuelo.
Francisco
era un chico extraño. No jugaba al futbol, no coleccionaba cromos, y no le
temía a la oscuridad ni a los monstruos que asustan a todos los niños.
Sin
embargo, de extraño que era, eso le volvió solitario. Era la comidilla del
barrio: las madres cuchicheaban a su espalda, los demás niños lo miraban como
si fuese un bicho raro, y sus padres lo miraban preocupado, preguntándose qué
clase de porvenir le esperaría.
Sin
embargo, a pesar de todo, sí que tenía amigos. Alberto, un chico pecoso con
gafas, muy inteligente; Cristina y Lurdes, hermanas gemelas, que vivían en la
casa de al lado; y Daniel, rechoncho y bonachón, alto y de espalda ancha.
Los
cinco amigos pasaban mucho tiempo juntos paseando por la ciudad, yendo al rio a
pescar ranas, jugando en los parques y comiendo caramelos.
Pero
un día, sus vidas cambiaron, gracias a una pequeña niña llamada Penélope.
Aquella
tarde, Francisco y sus amigos volvían de haber estado jugando en un parque
lejos de su barrio, así que decidieron coger un atajó atravesando un viejo
colegio clausurado. El edificio poseía un aspecto ruinoso: muros resquebrajados
y descoloridos, ventanas rotas, y puertas desvencijadas.
A
cualquier otro niño, aquel aspecto le habría parecido aterrador, pero a
Francisco todo aquello le parecía de lo más normal. Las cosas, como las
personas, envejecen y mueren, le dijo su padre una vez. Así que, en contra de
la opinión de sus amigos, decidió atravesar el patio, entre dos edificios.
A
medio camino, el viento sopló fuerte con una brisa nocturna de verano, y trajo
a sus jóvenes oídos un sollozo lejano.
Francisco
no fue el único en oírlo, pues todos los demás frenaron de golpe.
-
¿Qué ha sido eso? - preguntó Cristina, asustada.
-
Parece que viene de allí - Respondió Alberto, señalando hacia uno de los
edificios, más bajo y con menos ventanas que el otro.
-
Vamos a ver que hay - Dijo Francisco, emocionado.
Sus
amigos suspiraron y le siguieron. La mayoría de las veces, la curiosidad de
Francisco solo los había llevado a meterse en problemas y a llenarse de barro y
suciedad, pero aun así lo seguían, porque era seguro de si mismo y no temía a
nada.
Al
entrar en el edificio, cuyas puertas habían desaparecido largo tiempo ya,
vieron los asientos de un teatro que se extendían hasta el fondo. La mayoría
estaban destrozados, los respaldares arrancados, los reposabrazos convertidos
en astillas. El aire olía a moho y humedad.
Entonces
volvieron a oír el sollozo, que provenía del escenario. Subieron por una
escalera lateral situada frente a este y vieron a alguien allí. La luz de la
luna iluminaba su traje de satén de color blanco. Su cabello negro era una cortina
que tapaba su rostro. Sus pálidas manos cubrían su cara en sollozos. Derrumbada
de rodillas, parecía una viuda desconsolada cuyo marido ha muerto el mismo día
de su boda. Su cuerpo era extrañamente translúcido, y se veía a través de él.
Era una fantasma.
Sus
amigos tenían miedo de aquella extraña imagen, pero Francisco se acercó a ella,
le puso la mano en el hombro, y dijo.
-
¿Por qué lloras? - Preguntó.
La
chica dio un respingo y asomó los ojos de entre sus manos.
-
Puedes… ¿Puedes verme y tocarme? - Preguntó con la voz cargada.
-
Si, ¿por qué si no te iba a preguntar nada? - Respondió Francisco.
La
chica dio un suspiro de alivio y felicidad.
-
Por fin ha llegado el día, Dios mío. Gracias. - Se levantó, se inclinó ante
Francisco, y le dijo: - Por favor, ayúdame a llegar a la otra vida.
Los
amigos de Francisco la miraron de nuevo. Era esbelta, joven, uno o dos años
mayor que ellos. Seguidamente empezaron a cuchichear entre ellos, diciendo que
ayudar a un fantasma, aunque fuese una chica, podría ser peligroso. Mientras lo
hacían, Francisco dijo:
-
Vale, ¿qué tenemos que hacer?
Sus
compañeros se quedaron sin habla unos segundos, y después empezaron a discutir.
-
¿Por qué decides por nosotros?
-
¿Y si nos hace daño?
-
¿Y si es peligroso?
-
¿Por qué tendríamos que ayudarla?
Francisco
esperó a que todos dejaran de hacer preguntas, y respondió:
-
¿No es más interesante así? Jijiji. - Dijo con una sonrisa infantil de oreja a
oreja.
Los
cuatro amigos lanzaron un suspiro al unísono, el cual fue seguido de una risa
jovial, de un timbre agudo y precioso. Solo después de mirar alrededor cayeron
en la cuenta de que la chica fantasma se había reído.
-
Espero no ser una carga para vosotros. Me llamo Penélope.- Seguidamente se
inclinó ante ellos de forma educada.
Al
parecer, Penélope había muerto durante la interpretación de una obra de teatro
haría cerca de 20 años. Tras su muerte, el colegio había recibido muchas quejas
y, finalmente, fué clausurado, lo cual la dejó sola en aquel recinto
abandonado.
Para
poder descansar en paz, según Penélope, necesitaba terminar la escena que
estaba representando. La obra era Blancanieves, y solo le faltaba la escena
final. Debía ser despertada por el beso de un príncipe.
El
problema principal era que ella no podía tocarles, ya que los atravesaba cada
vez que lo intentaba. Pero con la ayuda de Francisco, el único de aquel grupo
de amigos que podía tocarla, serían capaces de terminar la escena.
Cristina
y Lurdes se encargaron de preparar una especie de lecho para Penélope, mientras
que Alberto utilizaba su teléfono con conexión a internet para buscar un guion
de Blancanieves en internet, y Daniel movía los trozos de atrezo que no estaban
en su sitio. Mientras tanto, Francisco hablaba con Penélope. Le contaba cosas
acerca del nuevo mundo que se había perdido: La tecnología, la historia, la
moda, cosas que ella se había perdido mientras estaba encerrada allí. Penélope
parecía maravillada con todo aquello.
Una
vez terminado de montar el escenario improvisado, todos se pusieron en sus
posiciones: Cristina, Lurdes y Daniel serían los enanitos, Penélope sería
Blancanieves, Francisco sería el príncipe, y como era el único con teléfono,
Alberto haría de narrador.
Una
vez todos se pusieron en posición, Alberto empezó:
-
Blancanieves cayó en un profundo sueño, y los enanitos desconsolados no
pudieron despertarla...
La
voz de Alberto resonaba en las paredes, y a acústica de la sala producía un eco
relajante, al tiempo que esta poseía un tono solemne.
Llegaron
a la parte del beso rápidamente, pero Francisco, inclinado ante Penélope, no
sabía que hacer. Nunca había dado un beso a una chica, menos aún a un fantasma.
Pero Penélope resolvió el problema por su cuenta, y le plantó un beso en los
labios.
Francisco
sintió como su cuerpo se derretía ante aquel beso, que le transmitía un amor y
ternura mayores que los de la más dulce de las amantes. Su rostro se encarneció
hasta el pelo, y sus amigos, al principio sorprendidos, empezaron a cuchichear
y a reírse por lo bajo.
Terminado
el beso, Francisco les lanzó una mirada suspicaz, al tiempo que Alberto decía:
-
Y así, la hermosa Blancanieves despertó de su profundo sueño. Bravo.
Y
entonces todos estallaron en risas y gritos de júbilo y empezaron a aplaudir.
Hicieron un saludo como en el teatro, todos inclinándose ante un público que
jamás les vería.
Y
entonces el cuerpo de Penélope empezó a brillar, y todos supieron, por su
sonrisa, que lo habían hecho bien. Penélope se acercó a Francisco, le dio un
fuerte abrazo y le dijo:
-
Eres alguien muy especial. Algún día, ayudaras a muchísima gente con ese algo
especial que llevas dentro.
Francisco
aceptó el cumplido con un gesto de la mano, pues aún estaba avergonzado por
aquel beso, pero entonces Penélope le atrajo hacia ella y le dio otro beso,
esta vez más breve. Entonces acercó sus labios a su oído y susurró.
-
Volveremos a vernos, pronto.
Tras
esto, su cuerpo relució hasta volverse de un blanco cegador, y desapareció en
la noche.
Los
cinco amigos salieron del colegio abandonado sin decir ni una palabra sobre
aquello. Sus padres se enfadaron con cada uno de ellos, cenaron, se dieron un
baño, y se fueron a dormir.
Pero
si aquellos niños hubiesen tenido mejor vista, habrían descubierto a dos
figuras misteriosas escondidas al fondo del teatro, las cuales habían observado
todo lo acontecido. Tras ver aquella escena, hablaron brevemente.
Entonces,
se acercaron al escenario, oscurecido por las nubes que bloqueaban la luna
llena. Para cuando esta volvió a iluminarlo todo con su luz, las dos figuras
habían desaparecido, como devoradas por la oscuridad.
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